lunes, 11 de febrero de 2013

Poema de Luis A. Martín desde la ermita del Castellar


EVOCACIÓN EN UN PAISAJE

Dormito. Frente a mí
el retorcido valle del Salado,
huyendo, diligente,
del apretón quebrado de las sierras
duras.
Aspiro el mediodía.
Un reflejo de luz
me trae el húmedo latido de tu cuello.
El campo huele a ti, a espejismo de frutas,
a ilusión de tomillo y manzanilla,
a claridad de cal y crema de aceituna.
Me envuelvo con tu nombre.
Escribo.

En esto del amor tu nombre huele
a manzana traviesa,  a piel humedecida,
a beso largo en este azul de cuerpo
desnudo, que se ofrece sin reparos.

Contemplo este paisaje.
Quiero pensar
que en cada rama verde
jadea la esperanza de una flor,
palpitaciones de calor sediento
que aligeran tu cuerpo  a la febril  espera.
Y entonces,
en el envés de esta arboleda, abierto,
tu nombre huele a fresa roja y dulce
que busca en cada noche deshacerse,
consumarse en la luz de la mirada
y derramarse en el sudor gemido,
más acá de la voz con que pensamos.

¡En esto del amor qué importa lo demás!

Respiro y me renuevo.
Palpita mi mirada en cada olivo.
Recuerdo. Te recuerdo.
¡Tanta extensión de campo y de montaña
parece un libro abierto!
Las ramas son grafías; los árboles, palabras.
Los regajos, los ríos, los arroyos
son frases que se mueven y nos hablan...
La vida se registra aquí, al natural,
editando su biblia cada invierno
como si fuera un jeroglífico de espuma y viento
que ilustra cada flor en  primavera.
Como niebla amarilla te recreo
recostada en el tronco de un olivo.
Aspiro la fragancia.
Vuelo
sin ruido como un águila
trazando círculos de magia azul...
Mi pensamiento
se esfuma hasta el paisaje, se atrapa en el recuerdo:

A fresas rojas y manzanas claras,
la noche se prolonga y se repite.
Tu nombre, amor, me sabe a cielo y lluvia,
a intensidad de azúcar y membrillo,
a claridad de espasmo y agua tibia,
a carne acelerada, a brillo verde
de fronda goteante de tu pecho.

¡En esto del amor... !

Una abeja rastrea con su zumbido negro
el dulce celo del estambre ardiente.

En eso del amor todo es incierto
y cada aurora viene virgen, blanca
como un folio sin nombres ni escrituras,
donde el día reinventa su rutina
y el rumor de la noche queda lejos,
detrás, como el murmullo perdido en cada viaje.

A veces ya no vuelve y todo queda eterno.

Y el rumor de la fresa y la manzana,
el rojo mate y la saliva seca,
el sabor verde y húmedo, la tinta de la luz
con que la noche se asomó a la Luna
se pierden más allá. Y el horizonte
parece inalcanzable. Y el humedal, desierto,

como un grito sin sangre y un cuerpo sin latido.

Despierto,
inerme, ante el milagro resurgido.
Lo vuelvo a contemplar como si fuera
un corazón de vida, una esperanza,
un ángel silencioso dispuesto a escuchar siempre.
Me lleno de perfumes, de sangre renovada.

Sí,
¡quien forja la amistad con un paisaje
nunca jamás se siente defraudado!

 Ermita de San Miguel
(El Castellar de Priego)
Enero de 2013